martes, 28 de octubre de 2014

HE VISTO... Nuovo Cinema Paradiso.



Durante toda una semana, y con muy poca promoción, se ha podido disfrutar en más de cien cines de todo el país de Cinema Paradiso, un clásico italiano de 1988, de Giuseppe Tornatore, que arrasó en todos los festivales internacionales y se llevó la gran mayoría de galardones que se puede llevar una película en un solo año. Un drama romántico totalmente fuera de lo común. Sí claro, fuera de lo común, si no, ¿de qué iba a hablar yo de un drama, y además romántico, en el que no sale ni una gota de sangre, si no fuera algo diferente? Pues hablo porque la declaración de amor que se hace en esta obra maestra es hacia el cine. Hacia el cine como arte y hacia el cine como lugar de encuentro con amigos y con uno mismo, el lugar donde podemos ser lo que queramos.
Salvatore es un niño de una aldea de Sicilia en la que un cine es el único entretenimiento de todos sus habitantes, en especial él, apasionado por la magia que contempla en la pantalla, pero más apasionado aún por la magia que se concentra en la cabina de proyección. Debido a la insistencia del niño, Alfredo, el proyeccionista, accede a enseñarle todos los entresijos y misterios que esconde una película. Poco a poco el pequeño Salvatore va aprendiendo a manejar todo hasta que, tras un incendio, se ve obligado a encargarse de todo. El tiempo pasa y Salvatore se marcha del pueblo. Treinta años después tiene que volver y enfrentarse a todos esos recuerdos que tenía apartados.

Cinema Paradiso es una metapelícula total. La vida de un cine dentro del cine enmarcado en un retrato costumbrista de la Italia de los años 40. A lo largo de la historia podemos ver la forma de vivir en la posguerra italiana, desde el colegio hasta la iglesia, incluida la censura que debía pasar cada rollo de película, todo contado desde un estilo totalmente descripitivo, en el que los detalles de cada plano son los que van contando la historia y dotando al argumento de lógica. Muchos “grandes directores” de ahora deberían sentarse y aprender algo de lenguaje cinematográfico del que Tornatore hace gala en cada una de sus películas. Pero sobre todo, estamos ante una lección de cine clásico avanzado tanto en la pantalla como fuera de ella. Un repaso a los títulos y géneros que se podían disfrutar por aquellas y su calado en el público de entonces.
La importancia de la simbología en Cinema Paradiso también nos ayuda a comprender el contexto donde se desarrolla la acción y que nos deja ver, por ejemplo, que Salvatore es demasiado pequeño para las sesiones de cine, en unos pies que cuelgan. O que la iglesia es algo se empieza a considerar algo impuesto, y que poco a poco deja de tener relevancia entre la gente. El palco y el patio de butacas también simbolizan más de lo que aparentan clase alta, ya que, además de la clase alta y baja, respectivamente, nos muestra la actitud de la interactuación entre la derecha e izquierda políticas de la época. Y todo este simbolismo para conseguir una oda al amor. Al amor fraternal entre Slavatore y Alfredo, al amor de madre, al amor platónico que declara Tornatore al cine…
Parase a observar los detalles del montaje también hará pasar pasar un rato entretenido, y comprender parte de ese amor volcado en esta cinta, porque, aunque es un montaje por corte, no hay apenas transiciones ni fundidos, Tornatore hizo acabar algunas escenas con un plano potente que se repite en el principio de la siguiente, un recurso del cine de propaganda en tiempos de guerra para enlazar secuencias y dotar de significado a una imagen que por sí sola no daría el mismo mensaje.
Y así, como quien no quiere la cosa, tal y como hico 25 años atrás, Cinema Paradiso vuelve a calar en el público de ahora. La reconocible banda sonora del gran Ennio Morricone resuena en las salas otra vez a toda potencia. Joder, eso es el cine. Y es que detrás de toda la parafernalia que se monta alrededor de los actores, de los sets de rodaje, de los efectos especiales brutales a los que estamos desgraciadamente muy acostumbrados, hay todo un mundo precioso que Giuseppe Tornatore se encargó de plasmar. Cortar, montar y proyectar nunca fue tan bonito. Eso es lo que atrapa a Salvatore y lo que llama la atención del espectador: ¿qué es lo que sucede por ahí arriba para que cuando nos sentamos en la butaca del cine veamos la película? Magia.

Esta entrada fue publicada originalmente en La isla de las Cabezas Cortadas, la web friki más elegante, el 30 de Septiembre de 2014 y la podéis ver aquí.

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